Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1854-1856 (Cortes Constituyentes de 1854 a 1856)
Sesión: 21 de mayo de 1856
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: n.º 386, 13.369 a 13.372
Tema: Discusión del artículo 1º del dictamen para la concesión de una subvención para la construcción del ferrocarril de Villarrobledo a Málaga

El Sr. SAGASTA: Señores, hace algún tiempo que había formado el propósito de no molestar con mi humilde palabra la atención de la Asamblea, a no ser que circunstancias extraordinarias a lo contrario me obligasen. No son, por cierto, las del dictamen que se discute las que yo esperaba para romper el silencio que voluntariamente me había impuesto, y que he sabido guardar sin embargo en varias cuestiones que se vienen agitando de algún tiempo a esta parte, a pesar de las repetidas e injustas acusaciones que de uno y otro extremo de la Cámara se han dirigido contra el partido progresista. También lo hubiera guardado hoy, si un imperioso deber de conciencia no me obligase a protestar altamente contra la fatal jurisprudencia que se pretende establecer en una de las cuestiones más vitales e importantes para nuestro país bajo todos los puntos de vista que se considere. Estas cuestiones no sólo traen la felicidad material del país, sino que traen su civilización, en la cual consiste la verdadera libertad. ¿Sabéis por qué venimos luchando constantemente para establecer de una manera permanente las instituciones liberales en España? Porque a las mejoras legales estampadas en nuestro Códigos no se han seguido las mejoras materiales que son, por decirlo así, la sanción de aquellas.

Los Gobiernos y los legisladores podrán estampar en los Códigos políticos de su país principios de progreso, principio de civilización; pero si esos principios no se sancionan con las mejoras materiales, si a estos principios no se les hace tomar cuerpo material, la civilización será ilusoria, y la libertad pasajera y hasta peligrosa. La historia lo acredita, los hechos nos lo están confesando.

¿Cuáles son las naciones más civilizadas? ¿cuáles las más libres? Aquellas que tienen más y mejores vías de comunicación. Tended una rápida ojeada sobre los Estados Unidos de la América del Norte, y comparadlos con los de la América del Sur, y veréis el ejemplo palpable de lo que acabo de manifestar ahora. Los pueblos de la América del Sur, que no ha mucho eran pueblos de España, se declararon independientes, y encontrándose en situación y consideraciones análogas a los de la América del Norte, siguieron paso a paso la senda que aquellos les trazaron. Establecieron en sus Códigos políticos los mismos principios, y aun quizá más liberales, y sin embargo de esto, al mismo tiempo que en los pueblos de la América del Norte todo es progreso, civilización y libertad, en la América del Sur es todo confusión, desorden, trastorno. ¿Y sabéis por qué? Porque si bien los pueblos de la América del Sur siguieron a los del Norte en el camino que estos les trazaron respecto a las mejoras morales estampadas en sus Códigos políticos, no hicieron lo mismo respecto a las mejoras materiales, que son la sanción de las morales. En efecto, estamparon eso en sus Códigos políticos, pero no tomaron en cuenta el amor al trabajo que distingue a sus imitados.

En los pueblos de la América del Norte hay grandes vías de comunicación, y en muchos pueblos de la América del Sur el único vehículo conocido para transportar las mercaderías y las personas consiste en la espalda del hombre. ¿Y por qué esta diferencia, señores? Porque queriendo asegurar de una manera permanente los principios políticos, olvidaron esos Estados del Sur las mejoras materiales. Y por eso quiero [13.369] yo que en esta cuestión no vayan las Cortes por mal camino. Yo me levanto a protestar contra la fatal jurisprudencia que se pretende establecer, porque en mi entender se nos lleva al mismo estado en que nos hallábamos en 1854; fatal jurisprudencia que producirá el que no hagan caminos de hierro. Si creéis lo contrario, estáis equivocados: su resultado, repito, será que no se hagan los caminos de hierro, como ha sucedido hasta el año 54, por seguirse ese mismo sistema que ahora se propone.

Entre tanto, señores, entended bien que el levantarme a protestar contra la fatal jurisprudencia que quiere establecerse, de ningún modo quiero oponerme a la pronta realización de las líneas de que el dictamen se ocupa. ¿Y cómo iba a oponerme a la línea de Andalucía, cuando esta no es más que la continuación de la línea del Norte? ¿Cómo oponerme, digo, cuando para mí la línea de Andalucía es una parte de la línea de Europa, y cuando a mi modo de ver no estará terminada la línea del Norte mientras no empiece en Irún y concluya en la unión de ambos mares, en Cádiz? ¿Cómo había de oponer yo a la línea de Madrid a Lisboa, a la realización de este ferrocarril que más bien que otra cosa ha de conducirnos a estrechar más y más las relaciones de dos pueblos que la naturaleza hizo hermanos y que la fatalidad tiene separados? Ya sabéis de otras veces cuál es mi opinión sobre este particular: que estas dos líneas son las primeras y más importantes de la Península. Lo que me levanto a combatir es la forma con que se pretende realizarlas, porque o yo me equivoco mucho, o esas líneas no se harán en España en mucho tiempo si no se adopta otro pensamiento. Yo no podía oponerme de ninguna manera a la pronta realización de la línea de Andalucía al combatir el dictamen, porque si yo pudiera hacer oposición a esa línea, la haría también a la del Norte, a la de Castilla, provincia a quien tengo el honor de representar. Desde el momento en que varios Diputados de Castilla vieron que otros habían presentado este proyecto, presentaron otro de Madrid a Valladolid y de Burgos a Vitoria; y lo mismo combato aquél que éste, porque creo que si era malo el proyecto para la línea de Castilla, malo sería éste para la de Andalucía, y por análoga razón las demás líneas que en España se pretende hacer. No, señores, no me mueve espíritu de localidad ninguno; muéveme a solamente a dirigiros hay la palabra mi anhelante deseo de llevar por buen camino estas cuestiones, para que pronto y con los menores sacrificios para el país se lleven a cabo los ferrocarriles que cruzándole en todas direcciones han de producir su felicidad y la civilización, verdadera libertad de los pueblos.

¿Qué es lo que se quiere en el dictamen sometido a vuestra consideración? Que otorguéis la concesión de unos ferrocarriles que no quiero saber cuáles son, cuyos estudios os son desconocidos, cuyos presupuestos ignoráis, cuya estadística en la zona que esos ferrocarriles recorren no sabéis; y sin embargo se os viene a pedir una subvención y a exigir que impongáis un sacrificio al país sobre los muchos que forzosamente le tenéis impuestos. ¿Y en qué funda la Comisión esa subvención? ¿Qué razones tiene para pedirla? Las vais a saber.

La Comisión os viene pidiendo una subvención, me parece que de 200.000 rs. por kilómetro, y yo pregunto: ¿por qué no pide una de 400.000? ¿Por qué no una de un millón o de 100.000 rs.? La misma razón hay para lo uno que para lo otro. Al proponer eso, indican los señores de la Comisión que no saben lo que es una subvención, que absolutamente no lo saben, que ignoran cuál es el objeto de las subvenciones; y puesto que lo ignoran, o por lo menos así parece, yo les voy a decir lo que es.

El objeto de las subvenciones y el de los auxilios que el Gobierno da a las empresas particulares que se dedican a la construcción de caminos de hierro, es disminuir el capital de establecimiento, en cuyo caso se da la subvención directa, o aumentar los réditos del capital, en cuyo caso es indirecta. Pero ¿cuándo? Cuándo conociendo el coste del establecimiento de la línea y los réditos de ese capital, se ve que esos réditos no son los que corresponden al capital invertido con arreglo a lo que hubiera producido en la generalidad de las otras industrias. Aquí tenemos, pues, que la subvención depende de dos elementos; el coste de establecimiento de la línea, más los gastos de explotación y de conservación, y el movimiento de la misma línea. ¿Y ahora pregunto yo: ¿conoce la Comisión, conoce el Gobierno, conoce alguno el coste de establecimiento de las líneas que se proponen en el dictamen? ¿Hay alguno que sepa cuáles sean los gastos de construcción, conservación y explotación? No hay ninguno, señores. Yo desafío al que lo sepa a que lo diga. El primer elemento, pues, nos es absolutamente desconocido; no tenemos siquiera idea de él.

Vamos a ver el segundo elemento. El segundo elemento consiste en el movimiento que esta línea ofrece. ¿Sabe la Comisión, ha estudiado alguno, lo sabe el Gobierno, cuál es la riqueza de la zona que ese ferrocarril va a recorrer? ¿Ha estudiado alguno la estadística de esa zona bajo ese punto de vista? ¿sabe el número de viajeros que han de recorrer el ferrocarril ya parcial, ya totalmente, y el número de toneladas de mercaderías que se han de transportar? Pues nada de esto se sabe. Pues si no sabéis ni el coste de establecimiento de la línea, ni el movimiento que ha de tener, y por consiguiente los productos que el ferrocarril ha de dar, ¿en qué habéis fundado la subvención, cuando desconocéis los dos únicos elementos de que esta subvención depende? Resulta, pues, señores, que la subvención que la Comisión nos viene proponiendo, el sacrificio que se pide que impongamos al país, es un sacrificio que depende única y exclusivamente de la voluntad y del capricho de unos cuantos Diputados.

Señores, ¿y las Cortes de mi país pueden tomar un acuerdo sobre un ferrocarril fundado única y exclusivamente en la voluntad y el capricho de unos cuantos? ¿Así se puede jugar con la fortuna pública? ¿Es ese el respeto que merecen los intereses del país, y más que todo es ese el respeto que han de merecer a los representantes de la Nación? Yo no lo creo; yo creo que votaréis ese sacrificio cuando estéis seguros de que es el único que debe imponerse; cuando estéis seguros de que es el resultado de elementos indestructibles, no de la voluntad, no del capricho de unos cuantos Diputados, cediendo únicamente a una impaciencia pueril. Aquí tenemos, pues, que se nos viene pidiendo la concesión de un camino que desconocéis por completo.

¿Y sabéis, señores, que es lo que se os viene a proponer con esto? Pues yo os lo voy a decir.

La revolución de 1.854 partió del abuso en la concesión de caminos de hierro; pero no creáis, no, que el pueblo se sublevó contra aquellos Gobiernos porque faltaran a la ley en aquellas cuestiones; que no había [13.370] de sublevarse por esto, cuando se faltaba a la ley en cosas más importantes. Cuando el país estaba viendo que el Gobierno faltaba a la ley en lo más grande que hay en los países constitucionales, en lo que tiene relación con su sistema parlamentario; cuando veía que se abrían y cerraban las Cortes a su capricho; cuando veía que los Ministros traían Diputados que eran obra suya; cuando se faltaba a cosas tan grandes, ¿creéis que se hubiera sublevado el país porque el Gobierno faltase a la ley en materias de caminos de hierro? No, no fue esta la razón; la razón fue que aquellos Gobiernos ciegos y frenéticos otorgaban concesiones de caminos de hierro sin tener conocimiento de sus estudios, sin saber si la dirección que les daban era posible, fijando subvenciones de pendientes de su voluntad y su capricho. Es verdad que decían cuando se otorgaban las líneas, que dentro de tanto término se sacarían a pública subasta.

Pues bien; este sistema que seguían aquellos Gobiernos, que levantó al país en masa; este sistema ni más ni menos se viene a proponer ahora en el dictamen de la Comisión. ¿Y qué es, Sres. Diputados, lo que se nos viene a pedir? La concesión de una camino de hierro; y se pide para esta concesión una subvención, y se dice que luego, cuando los estudios estén hechos, se sacará a pública subasta. Este era el sistema de los Gobiernos anteriores, que anatematizaron todos los hombres honrados, y que ha dejado profundas heridas en este desgraciado país. Y ¡cosa singular, señores! Yo quisiera que la Comisión me dijera en qué país del mundo ha visto empleado un sistema semejante. Yo bien sé que en todos los países ha habido los despilfarros y escándalos que hemos tenido aquí en menor escala; pero de lo que no hay ejemplar es de que se pretenda que las Cortes vengan a dar origen para que eso se haga. Eso no se ha hecho en ningún país; era necesario que se hiciera en España, para que España fuera el país de las anomalías. Hasta ahora han faltado los Gobiernos en este como en otros países; pero pretender que falten las Cortes, que vengan a imponer sacrificios sin fundamento, sin más que el deseo de calmar la impaciencia de algunos, eso no se ha verificado en ningún país del mundo. Decidme, si no, si habéis visto establecido este sistema en algún país de Europa, y yo me siento, no continuo con mi pugnación.

Vemos, pues, que la Comisión con su dictamen quiere que respecto a las cuestiones de caminos de hierro volvamos al estado del año 54; quiere que en las cuestiones de ferrocarriles, las más vitales e importantes para una Nación, volvamos al lamentable estado en que el país se encontró antes de la revolución de julio. Para mí, que lo haga el Gobierno, que lo hagan las Cortes, lo malo siempre será malo; pero será aún peor que lo hagan las Cortes, porque un hombre o un Gobierno puede desacreditarse sin la trascendencia del descrédito que puede venir sobre el sistema representativo cuando el mal lo hacen las Cortes. El Gobierno, preciso es hacerle justicia, desde que terminó la revolución de julio, se ocupó en desenredar la enmarañada madeja que había respecto a caminos de hierro, y reunidas las Cortes, con un celo plausible que no olvidará el país, ayudaron al Gobierno a limpiar tan escabroso camino, aprobando la ley general de ferrocarriles. Al hacer esto, Sres. Diputados, habéis levantado la obra más importante de toda vuestra existencia, porque todo lo demás que habéis hecho puede ser perecedero.

Vendrán otros hombres a quienes no gusta tal o cual cosa de las que habéis hecho, y la desbaratarán. ¿Sabéis lo que quedará en pie para memoria de las Cortes Constituyentes, y lo que basta para hacer su apología? El edificio que habéis venido levantando en veintitantos meses en las cuestiones de ferrocarriles. Derribad vosotros mismos esa obra, y nada quedará de lo que hicisteis. Ese edificio lo respetarán todos los partidos, porque no es cuestión de opiniones; podrán, es verdad, estropear en algún punto esta cuestión, pero la parte buena de ella quedará siempre en pie. Al presentar el Gobierno el proyecto de ley general de ferrocarriles, dijo que con aquella ley se iba a cerrar herméticamente la puerta a los abusos y a la inmoralidad, que tanto habían perjudicado los intereses del país. Y tenía razón el Gobierno. Pues bien, aquella puerta que herméticamente cerraba la ley general va a abrirse ahora con el dictamen que se discute. Tened en cuenta que en el momento que se presentó este proyecto han llovido proyectos semejantes.

En la Secretaría de las Cortes hay una porción de planos de ferrocarriles que el Gobierno no conoce, y que se han presentado y han caído como si fueran aleluyas. ¿Y en qué se han fundado sus autores? En el proyecto que estamos discutiendo, porque el mismo derecho que ha habido para presentar este; había para presentar otros muchos; porque lloverán los proyectos de ley sobre cainisno de hierro que no se pensarán hacer. ¿Y sabéis por qué? Porque fundados en este precedente, vendrán pidiendo otras concesiones de caminos de hierro, y estas concesiones se ceden, se venden, se cambian, se ganan primas, se hacen agios, con cuyos agios, con cuyas primes se desarrolla la inmoralidad, al paso que se destruye la realización de lo que importa, las grandes vías férreas que han de traer la civilización y la libertad, que no es más que la civilización.

Pues bien, Sres. Diputados; la grande obra levantada por estas Cortes va a destruirse completamente, sin que de ella quede más que escombros. Cuando se discutió el camino de hierro de Zaragoza, le faltaba un pequeño detalle de la ley, relativo al plazo de la subasta. Yo me opuse, como me opongo siempre a todo lo que creo injusto e ilegal, y los que defendían aquella falta decían sólo que era un detalle de ley; que el espíritu y esencia de ella se respetaban y quedaban en pie. Y ahora, ¿qué se contestará, cuando ya no es a un detalle a lo que se falta, sino que se destruye la esencia, el espíritu y hasta la letra de la ley general? Y no se me diga que las Cortes por una ley pueden modificar otra. Es verdad; una ley general puede modificarse por otra ley general; pero lo que no puede admitirse es que una ley general venga a destruirse y a violarse por una ley particular. Porque la ley general de ferrocarriles es respecto a las leyes particulares de ferrocarriles lo que la Constitución es respecto a las leyes administrativas. ¿Podéis variar la Constitución por una ley particular de administración? No. Pues tampoco la ley general de ferrocarriles puede variarse por una ley particular. La ley general no sólo se ha hecho para que obligue a los pueblos, sino para que obligue a las Cortes mismas y se atengan a sus disposiciones al discutir y aprobar leyes particulares de caminos de hierro. Así, pues, con este proyecto habéis destruido completamente la ley general de ferrocarriles. Pero habéis hecho más que destruirla: habéis excedido a Saturno que devoraba a sus propios hijos [13.371] vosotros los violáis antes de devorarlos. Es decir, que no habéis tenido el valor de destruirla de una manera franca, y por eso he dicho que habéis excedido a Saturno violando y devorando luego vuestra propia obra. ¿Pero a qué, Sres. Diputados, conduce esa violación y destrucción de la ley general? Yo por mí concebiría esto respecto a los interesados, si hubieran de adelantar algo; pero lo grande y lo peregrino es que se salta por cima de toda la legislación y de la propia obra de las Cortes, para no adelantar ni un solo día la construcción del ferrocarril que se pretende. Podía ser tolerable, en la impaciencia por llevar a cabo estas obras, que se faltase a tal o cual condición por un solo día; pero se falta a todas y no se consigue nada, porque en otro de los artículos se dice que se sacarán a pública subasta las obras una vez que esté hecho el estudio, que venga el presupuesto y la Memoria y todos los documentos que exige la ley general. Pues entonces, ¿por qué no esperáis ese caso para traer el dictamen que ahora proponéis, y hubierais conseguido el mismo resultado? ¿O es que creéis que el camino se va a hacer con solo que este dictamen aprobado esté sobre la mesa? Si no podéis dar un paso mientras no vengan los planos, ¿a qué queréis dar ese dictamen? ¿Lo hacéis con el objeto de destruir lo que habéis hecho? No lo creo.

De modo que me encuentro con un dilema terrible para la Comisión; porque si nada conseguís y destruís una obra que habíamos levantado con tanto trabajo, y establecéis un precedente que nos conduce a un abismo, ¿por qué lo hacéis? Es necesario que se os supusiera torpeza, cosa que no puede ser, porque sois muy entendidos, o malicia refinada, cosa que tampoco puede ser, porque os conozco. Y digo malicia refinada, porque sólo se podía considerar esto como una cuestión política para desprestigiar a las Cortes, para hacer ver que hoy destruimos lo que ayer edificamos para quitar fuerza moral a la Representación Nacional. ¿Cómo he de pensar yo eso? Y sin embargo, no concibo cuál haya podido ser la razón de la Comisión. Porque la cuestión es clara: si tenéis que aguardar a que vengan los planos para sacarlo a pública subasta, dad entonces el dictamen y no concedáis hoy una subvención sin razones en que fundarla.

Yo no sabía cómo el Gobierno opinaba en esta cuestión, pero no necesitaba que me lo dijera para figurármelo. Si el Gobierno no piensa como yo, hará muy mal. Pero no puedo dudar cómo piensa el Gobierno que tan solícito se manifestó en estas cuestiones, que tanto trabajó por limpiar el camino por donde se conducían. ¿Cómo habría de dejar destruir impunemente su obra? El Gobierno que creyó que con la ley general de ferrocarriles había cortado los abusos, que trajo esa ley importantísima, ¿cómo habría de consentir que ahora se echara abajo? No podría ser esto, a no carecer el Gobierno de pensamiento y de valor en sus convicciones. Piensa el Gobierno como yo, no puede pensar de otro modo, y así lo ha manifestado cuando se ha levantado a combatir la enmienda del Sr. Moreno Nieto. Pues las mismas razones que adujo el Sr. Ministro respecto de la enmienda del Sr. Moreno Nieto, sirven para desechar el dictamen de la Comisión; porque si en aquella no había estudios ni trabajos, ni se sabía si era posible hacerlo, en el dictamen que nos ocupa sucede lo mismo. El Gobierno pensará como yo, no lo dudo; ya estoy oyendo la voz elocuente del Sr. Ministro de Fomento levantándose aquí para protestar contra esa jurisprudencia, con el mismo calor que yo lo hago, pero con más inteligencia y más ilustración.

El Gobierno tiene el deber de tomar parte en estas cuestiones, dar su opinión, ilustrarlas, porque cuenta con datos, dispone de elementos, de brazos auxiliares con que no cuenta ningún Sr. Diputado aisladamente, y muy particularmente en estas cuestiones que tienen mucho de facultativas. Y aún más, señores: en mi opinión, el Gobierno debe hacer estas cuestiones de Gabinete, con tanta razón como debe hacerlo en la cuestión política más grave que se haya presentado aquí. Porque esta es una cuestión de perdición para el país, si en ella se introdujera el desbarajuste. Si se aprueba tal como se propone, destruiremos nuestra propia obra y retrocederemos a los tiempos pasados, logrando no tener ferrocarriles sino sobre el papel. Tened en cuenta que vais a matar esta cuestión, a destruir la base principal de nuestra riqueza, el fundamento de nuestra felicidad; más todavía, el fundamento de las mejoras morales que vamos introduciendo en nuestros Códigos políticos.

La cuestión queda reducida a esto, si desaprobáis el dictamen, que desaprobado queda si desecháis el artículo que se discute, habréis vuelto a cerrar la puerta a la inmoralidad; si lo aprobáis, habréis abierto esa puerta, habréis vuelto al estado de 1.854, sin sacar ventaja alguna, porque los Sres. Diputados que tienen esa impaciencia no conseguirán adelantar un solo día la construcción de ese ferrocarril.

Desaprobado el dictamen, volvéis a dejar la cuestión tal como estaba, y dejáis incólume ese gran edificio que habéis levantado, el más importante de todos los que han erigido las Cortes Constituyentes: si lo aprobáis, abrís una brecha inmensa sin reportar ningún bien de ello. Como tendré necesidad de rectificar, no quiero molestar más la atención de las Cortes.

Ya me habéis oído, Sres. Diputados, ya me habéis oído: o os vayáis a hacer responsables del daño que con ese dictamen pudierais hoy causar al país: mirad que va a ser inmenso, y ojalá que si ese dictamen se aprueba, el país no anatematice vuestros nombres. He dicho.



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